martes, 12 de mayo de 2015

Luis Buñuel, un calandino ilustre con ascendencia de Foz


Esta entrada la dedicamos a un descendiente del pueblo valorado intercionalmente y es que rebuscando hemos encontrado estos parrafos en el libro de Ian Gibson que explica los origenes de Luis Buñuel.
Al final esta el enlace para los que querais seguir leyendo el capitulo del libro.





LUIS BUñUEL, LA FORJA DE UN CINEASTA UNIVERSAL (1900-1938)
Ian Gibson





“FOZ-CALANDA Y CALANDA

El lugar ancestral de los Buñuel era Foz-Calanda, pequeña aldea de la hoy denominada comarca del Bajo Aragón (antes conocida como Tierra Baja) que se encuentra a unos cien kilómetros al sureste de Zaragoza en el norte de la provincia de Teruel, tradicionalmente la más pobre y aislada del antiguo reino:

Zaragoza es la mayor
de tres provincias hermanas;
Huesca la más chiquitica;
Teruel la desheredada.

Foz-Calanda se sitúa a orillas del Guadalopillo, afluente del río Guadalope, justo donde, antes
de regar una fértil vega, pasa entre pelados montes por una angosta garganta (de allí foz, hoz, del latín fauces, «vía estrecha»). A principios del siglo XX la aldea tenía unas ciento cincuenta casas mientras Calanda, pueblo natal del cineasta —ubicado tres kilómetros río abajo—, cobijaba a casi cuatro mil almas. Como era inevitable, dadas estas circunstancias, Foz vivía en relación íntima con su más populosa vecina.

Para conocer la intrahistoria de los Buñuel de Foz-Calanda tropezamos con una situación trágica: la destrucción del archivo municipal del pueblo, quemado después de la Guerra Civil por los maquis. Gracias al de Calanda, casi intacto —tanto el Registro Civil como los libros de la parroquia—, sabemos que el bisabuelo del cineasta, el labrador Raimundo Buñuel, estuvo casado con Escolástica Moliner, natural como él de Foz, y que el hijo de ambos, Joaquín Buñuel Moliner, murió en Calanda en 1861 a los 67 años.

En ausencia del archivo municipal de Foz-Calanda, el pequeño camposanto del pueblo, situado sobre un montículo en las afueras del mismo, sirve para demostrar el arraigo en la localidad de los Buñuel. Allí tienen sus cruces los vecinos Pablo Faci Buñuel, Rosa Carbó Buñuel y Manuel Aguilar Buñuel. Y en uno de los columbarios se lee:

Familia

Moliner Buñuel
Martínez Castañer”

“No cabe duda: en este humilde lugar acurrucado a los pies del delirio geológico de La Clocha —«pueblo precioso» lo llamará Buñuel al hablar con Max Aub, quizá recordando sus pequeños huertos al lado del Guadalopillo, primorosamente atendidos— están las raíces de nuestro cineasta.”

“LA FAMOSA EXCURSIÓN A FOZ-CALANDA

El camino viejo de Calanda a Foz —poco más de dos kilómetros— bordea la Huerta Alta, fértil vega del Guadalopillo donde hoy se cultiva sobre todo, y con gran éxito, el melocotón. El río discurre a los pies de La Clocha entre una vegetación tan densa que casi oculta la corriente. Paraje hermosísimo, regado todavía por las acequias de los árabes, y lleno de interés para el naturalista y el geólogo. Por aquí apenas suele pasar un coche, y los turistas, si alguna vez se dignan visitar Foz, lo hacen directamente desde la carretera general.

Un verano, no sabemos en qué fecha con exactitud, el Buñuel de 13 o 14 años organizó, al parecer sin decir nada a los mayores, una excursión al pueblo de sus ancestros paternos. Lo sabemos gracias a su hermana Conchita, que evocó aquella «gran aventura» de su infancia en un artículo publicado en 1961 y luego incluido por Buñuel, sin comentarios, en Mi último suspiro. Acompañaron a Luis y Concha, según ésta, unos primos suyos y alguna hermana.

En Foz el padre tenía tierras y colonos. Al salir de Calanda, pues, sabían que serían bien recibidos por aquellos contornos. Así resultó. Hubo parabienes, galletas... y vino. Vino dulce que les provocó euforia y les infundió ganas de visitar el cementerio del pueblo. Una vez dentro del recinto el futuro cineasta montó un espectáculo muy suyo. «Recuerdo a Luis tendido en la mesa de autopsias», escribe Conchita, «pidiendo que le sacaran las vísceras. Recuerdo también lo que tuvimos que batallar para ayudar a una de nuestras hermanas a sacar la cabeza de un boquete que el tiempo había abierto en una tumba. Había quedado empotrada de tal modo que Luis tuvo que arrancar el yeso con las uñas para liberarla».

No contentos con la visita al camposanto, y todavía bajo los efectos del vino, lo que querían ya, nos asegura Concha, era «saltar al fondo de una sima profunda y estrecha, gatear por un túnel y salir a la primera caverna». La única oquedad posible, aunque Conchita no la nombra, era la Cueva Morena, ubicada entre los «cabezos» de la muy escarpada y rocosa ladera sur de La Clocha, cerca de Foz. Allí, según recuerdan hoy algunos vecinos, solían jugar hasta hace algunas décadas todos los niños del pueblo. Parece difícil que los Buñuel no fueran acompañados aquella tarde por algún ribereño, pues la estrecha boca de la cueva, a ras de tierra, es de acceso difícil (hoy la tapa un lentisco enorme). Otra posibilidad es que Luis, por una visita anterior, ya conociera el camino. Alcanzada la entrada, siempre según Concha, sólo tenían para guiar sus pasos en la oscuridad el cabo de una vela recogido en el cementerio. Y, claro, ¡no tardó en apagarse! «Luego, de pronto, nada, ni luz, ni valor, ni alegría. Se oía batir de alas de murciélago. Luis dijo que eran pterodáctilos prehistóricos, pero que él nos defendería de sus ataques. Uno de nosotros dijo que tenía hambre, y Luis se ofreció heroicamente a ser comido. Él era ya mi ídolo, por lo que, deshecha en llanto, pedí que me comieran a mí en su lugar: yo era la más pequeña, la más tierna y la más tonta del primer grupo de hermanos.»

Conchita da a entender que les llegó la salvación al ser «encontrados» en la cueva por unos adultos, lo cual a ella le produjo a la vez júbilo y miedo... miedo al castigo que les esperaba en casa. Creía recordar que, en el viaje de vuelta a Calanda, iba Luis inconsciente —«no sé si por la insolación, por la tajada o por táctica»— en el fondo del carro que tiraba Nene, el caballo. “








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